¿En qué punto del ciclo económico nos encontramos?

La respuesta podría ser mejor de lo que muchos piensan

No es extraño que, al leer noticias financieras e investigaciones económicas, ya sea en publicaciones convencionales o más especializadas, aparezcan referencias al “ciclo económico”, también conocido como “ciclo comercial”. Estos términos intercambiables se refieren a un aspecto fundamental de las economías modernas: su ciclicidad.

¿Qué entendemos por ciclicidad?

Existen ciclos en la naturaleza que pueden ayudarnos a entender el ciclo económico y su funcionamiento.

Un ciclo se refiere a una serie de acontecimientos o fenómenos que se repiten en una secuencia regular y predecible a lo largo del tiempo. Este concepto se observa ampliamente en diversos ámbitos como la economía, la naturaleza y las pautas sociales.

Ejemplos de ciclos naturales son, por ejemplo, el ciclo del agua, que implica el movimiento continuo del agua sobre, por encima y por debajo de la superficie de la Tierra, ciclando a través de la evaporación, la condensación, la precipitación y la escorrentía.

Otro ejemplo de ciclos naturales son los ciclos estacionales. Se trata de cambios en los patrones meteorológicos y en la luz del día, resultado de la inclinación de la Tierra y de su órbita alrededor del Sol, que dan lugar a estaciones como la primavera, el verano, el otoño y el invierno.

El “ciclo económico” se refiere a las fluctuaciones de la actividad económica que experimenta una economía a lo largo de un período de tiempo. Se caracteriza por cuatro fases principales: expansión (cuando la economía crece y aumenta el empleo), pico (el punto más alto de la actividad económica, que marca el final de la expansión), contracción (un período de declive económico marcado por la caída del PIB y el aumento del desempleo) y recesión (el punto más bajo de la actividad económica, que marca el final de la contracción antes de que comience un nuevo ciclo de expansión).

Al igual que los ciclos naturales, el ciclo económico es periódico, aunque su duración e intensidad pueden variar y son menos predecibles. Tanto los ciclos naturales como los económicos implican fases de crecimiento y declive, y ambos están influidos por factores externos. Los ciclos naturales por las fuerzas medioambientales y el ciclo económico por las políticas económicas, el comportamiento de los consumidores y los acontecimientos mundiales.

Además, al igual que los ecosistemas naturales se ajustan a los cambios cíclicos de su entorno, las economías se adaptan a las fases del ciclo económico mediante ajustes de las políticas monetarias y fiscales, las estrategias empresariales y los comportamientos de gasto de los consumidores. Esta adaptabilidad pone de relieve una resistencia inherente tanto a los sistemas naturales como a los económicos, que les permite perdurar a través de las distintas fases de sus respectivos ciclos.

La sabiduría convencional sugiere que hoy nos encontramos en la fase tardía del ciclo económico, impulsada por prolongados repuntes de los mercados, picos de empleo y señales de presiones inflacionistas, indicadores típicos del final del ciclo.

Sin embargo, esta perspectiva puede pasar por alto el singular reseteo económico desencadenado por la recesión de 2020. Esa recesión fue profunda, reconfigurando el panorama económico y reiniciando el reloj del ciclo de formas que los modelos tradicionales podrían no captar plenamente.

Considérese lo siguiente: las rápidas y contundentes respuestas políticas a la recesión de 2020, incluyendo un estímulo fiscal sin precedentes y políticas monetarias acomodaticias, no solo han amortiguado la economía, sino que también han sentado las bases para una nueva fase de expansión. La recuperación ha sido desigual, sí, pero es importante reconocer el restablecimiento fundacional que se ha producido.

El mercado de trabajo, aunque fuerte, aún está recalibrándose de las perturbaciones de la pandemia, lo que sugiere un mayor margen de crecimiento antes de llegar a las limitaciones típicas de las fases finales del ciclo. Además, muchos sectores están aún en las primeras fases de aprovechamiento de los avances tecnológicos acelerados por las condiciones de la pandemia, lo que indica un potencial para nuevas trayectorias de crecimiento.

Por otra parte, la inflación que estamos presenciando podría reflejar más los ajustes transitorios de la cadena de suministro provocados por la pandemia que una inflación arraigada e impulsada por la demanda, típica de las fases finales del ciclo.

Por lo tanto, al considerar la recesión de 2020 como un reinicio duro, es plausible argumentar que estamos presenciando los primeros compases de un nuevo ciclo económico, caracterizado por oportunidades de crecimiento que los asesores astutos pueden aprovechar para estrategias de inversión con visión de futuro.

Si esta opinión es correcta, que estamos en la fase inicial de un nuevo ciclo económico tras el reseteo de 2020, los inversores en renta variable pueden beneficiarse de una economía en expansión que impulsa los beneficios empresariales y amplía las oportunidades de mercado.

En esta fase suelen prosperar sectores como la tecnología y el consumo discrecional, que ofrecen atractivas perspectivas de crecimiento. La renta variable resulta más atractiva si bajan las tasas de interés, especialmente en comparación con la renta fija. En este caso, los inversores podrían inclinarse por una estrategia de cartera más agresiva, favoreciendo los valores orientados al crecimiento.