Imagine un mundo en el que los inversores solo tienen dos opciones de inversión: una cartera agresiva o una cartera bien diversificada.

La cartera agresiva se caracteriza por activos de alto riesgo y alta rentabilidad, como Bitcoin o valores tecnológicos hipercaros. Esta cartera promete ganancias extraordinarias, pero también corre el riesgo de sufrir pérdidas dramáticas. Por otro lado, la cartera bien diversificada reparte las inversiones entre diversas clases de activos, lo que mitiga el riesgo de pérdidas catastróficas y garantiza rendimientos más estables, aunque potencialmente más bajos.

Alicia, una inversora audaz y ambiciosa, elige la cartera agresiva. Le seduce la posibilidad de obtener rendimientos monumentales y está dispuesta a aceptar el riesgo que conlleva. En algunos casos, la cartera de Alicia puede dispararse y generar una riqueza inmensa. Sin embargo, esta estrategia es como caminar por la cuerda floja financiera: un paso en falso puede llevar a una caída de la que sería imposible recuperarse.

Guillermo, en cambio, opta por una cartera bien diversificada. Busca un crecimiento constante y da prioridad a la preservación de su capital. Aunque los rendimientos de Guille no alcancen los niveles astronómicos que Alicia logra ocasionalmente, sus inversiones tienen más probabilidades de capear las caídas del mercado. Con el tiempo, la cartera de Guille crece de forma constante, beneficiándose del interés compuesto y de la estabilidad que proporciona la diversificación.

La pregunta que surge es: ¿qué estrategia de inversión es la correcta?
La respuesta está en comprender el concepto de sesgo de supervivencia y la importancia crítica de evitar pérdidas catastróficas.

Imaginemos una simulación con millones de Alicias y Guilles. Cada Alicia invierte en la cartera agresiva, y cada Guille en la diversificada.

Con el tiempo, es probable que las personas más ricas sean Alicias, ya que sus estrategias agresivas producen rendimientos fenomenales en escenarios favorables poco frecuentes. Imaginemos una «lista de los 10 más ricos» en este universo imaginario… podemos demostrar matemáticamente que todos serían Alicias.

Estas historias de éxito probablemente se harían muy públicas, reforzando el atractivo de la inversión agresiva. La forma de hacerse rico es «invertir como Alicia».

Sin embargo, si examinamos la población más amplia de nuestro modelo, el panorama es distinto. Mientras que unas pocas Alicias logran una riqueza extraordinaria, muchas más sufren pérdidas significativas de las que nunca se recuperan. Sus historias suelen pasarse por alto en favor de los éxitos espectaculares.

A largo plazo, el Guille promedio supera sistemáticamente a la Alicia promedio, a pesar de que los mejores resultados están más sesgados hacia las Alicias. La estrategia bien diversificada del Guille promedio le permite evitar pérdidas catastróficas y beneficiarse de un crecimiento constante y compuesto.

La parábola de Guille y Alicia subraya una lección crucial para los inversores minoristas: sobrevivir como inversor, evitando pérdidas catastróficas, es tan importante como lograr altos rendimientos.

Aunque el enfoque agresivo puede ofrecer mayores rendimientos esperados, también conlleva un mayor riesgo de pérdidas irreversibles.

Sin embargo, las inversiones agresivas pueden conducir a una riqueza extraordinaria para unos pocos, conllevan riesgos significativos que pueden provocar pérdidas irreversibles para muchos. En cambio, una estrategia bien diversificada proporciona rendimientos más constantes y protege contra pérdidas catastróficas.

En el mundo de la inversión, sobrevivir y prosperar suelen ir de la mano. Adoptando el enfoque equilibrado de Guille, los inversores pueden lograr un crecimiento constante y estabilidad financiera, asegurándose de permanecer en la senda del éxito a largo plazo. Así que, cuando se enfrente a la elección entre una inversión agresiva o diversificada, recuerde la sabiduría de la parábola: sea más como Guille, no como Alicia.