Al examinar la interacción entre la política y la economía, cabría suponer que la estabilidad política y el consenso son requisitos previos para la prosperidad económica. Sin embargo, la evidencia sugiere que la economía y el mercado de valores son a menudo bastante resistentes a las turbulencias políticas.
Estados Unidos es un buen ejemplo. Durante las dos últimas décadas, y especialmente en los últimos cinco años, Estados Unidos ha sido la economía más destacada del mundo desarrollado, con una tasa de crecimiento del PIB y de innovación que ha superado con creces a Europa y a otras naciones desarrolladas. Estos resultados económicos se han producido en un contexto de gran polarización política, marcado por el auge del movimiento Tea Party, la presidencia de Donald Trump y las divisiones políticas más extremas vistas en EE. UU. en un siglo.
A pesar de este intenso drama político, la economía estadounidense ha seguido prosperando. La innovación tecnológica ha sido un motor importante, con empresas estadounidenses como Apple, Google, Amazon y Tesla a la cabeza de la innovación en productos electrónicos, computación en la nube, IA y autos eléctricos. Estas empresas no solo han revolucionado sus respectivos sectores, sino que también han contribuido significativamente al crecimiento del PIB en Estados Unidos y a la creación de empleo. El mercado bursátil también ha reflejado esta fortaleza económica, con los principales índices estadounidenses, como el S&P 500 y el NASDAQ, alcanzando máximos históricos este año y superando significativamente a los mercados europeos y de otros países desarrollados.
La experiencia de Estados Unidos sugiere que la economía y el mercado bursátil están más influidos por los fundamentos económicos subyacentes que por los acontecimientos políticos. Factores como la innovación tecnológica, el gasto de los consumidores, los beneficios empresariales y las condiciones económicas mundiales desempeñan un papel más crucial en la determinación de los resultados económicos que los titulares políticos.
La situación en Alemania ofrece un ejemplo contrastado. Alemania ha experimentado una política relativamente estable durante la última década, caracterizada por un liderazgo centrista y un amplio consenso en muchas políticas económicas. A pesar de esta estabilidad política, Alemania se ha quedado rezagada con respecto a otras naciones desarrolladas en términos de crecimiento económico. La economía alemana se ha enfrentado a problemas como el envejecimiento de la población, la dependencia de industrias tradicionales como la automovilística y la ralentización de la innovación tecnológica. Más recientemente, su error estratégico al depender del gas natural suministrado por Rusia para alimentar su economía se reveló como una insensatez. A diferencia de Estados Unidos, Alemania no ha producido muchas empresas tecnológicas dominantes a nivel mundial en los últimos años, lo que pone de relieve que la estabilidad política por sí sola no es garantía de dinamismo económico.
La historia ofrece otros ejemplos que subrayan el limitado impacto de las condiciones políticas en los resultados económicos de muchas economías. La Francia posterior a la Segunda Guerra Mundial experimentó una agitación política extrema, con protestas masivas, la guerra de Argelia y frecuentes cambios de gobierno. A pesar de estos retos, Francia disfrutó de un crecimiento económico excepcional durante este período, a menudo conocido como los «Trente Glorieuses» o «Treinta Años Gloriosos». Esta época de rápida expansión económica estuvo impulsada por la modernización industrial, el desarrollo de las infraestructuras y el aumento de la productividad, lo que demuestra que los fundamentos económicos pueden a menudo prevalecer sobre la inestabilidad política.
Por supuesto, la política importa hasta cierto punto. Las decisiones políticas pueden influir en la política económica, la regulación y la inversión pública, lo que a su vez puede afectar a los resultados económicos. Un liderazgo político muy deficiente puede perjudicar a una economía, como demuestran las luchas de Argentina contra la hiperinflación, las crisis de la deuda y la mala gestión económica. En tales casos, la disfunción política socava directamente la estabilidad y el crecimiento económico.
Sin embargo, en las economías desarrolladas con marcos institucionales sólidos, la economía y el mercado bursátil a menudo pueden capear las tormentas políticas. La clave es que los líderes políticos no gestionen gravemente mal la economía. Incluso acontecimientos políticos aparentemente extremos como el Brexit o la elección de Donald Trump no han descarrilado la trayectoria general de las economías implicadas. En el caso del Brexit, aunque ha habido importantes retos e incertidumbres económicas, la economía del Reino Unido no se ha hundido y sigue funcionando, adaptándose a las nuevas realidades y oportunidades comerciales. Del mismo modo, durante el mandato de la administración Trump se produjeron importantes cambios políticos, pero la economía estadounidense siguió creciendo, impulsada por las mismas fortalezas subyacentes que la han impulsado durante décadas.
Así pues, aunque la política puede influir en la economía, no dicta necesariamente los resultados económicos. La resistencia de la economía y del mercado bursátil frente a las turbulencias políticas es un testimonio de la fortaleza de los fundamentos económicos subyacentes. La innovación tecnológica, el comportamiento de los consumidores, los resultados de las empresas y las tendencias económicas mundiales suelen tener un impacto más significativo que los acontecimientos políticos.